Hoy está casi olvidado el hecho de que los descubridores de las pinturas rupestres de Altamira murieran en el más absoluto descrédito, pues se les consideraba autores de una monumental superchería hasta que, en 1902, el historiador francés Cartailhac se retractó públicamente de haber negado la autenticidad de las pinturas. Ponía así fin a un debate que había amargado los últimos años de los descubridores de la cueva y de los defensores de su integridad profesional.
La polémica cueva de Altamira había pasado inadvertida durante siglos, pues una serie de derrumbamientos habrían cegado su entrada, hasta que, quizá por las detonaciones de una cantera cercana, se produjo una grieta, descubierta en 1868 por Modesto Cubillas, aparcero de Marcelino Sanz de Sautuola, propietario de estas tierras, a quien comunicó el hallazgo. Sautuola poseía una amplia formación científica, especialmente en ciencias naturales, y sentía gran atracción por la prehistoria, pero no realizó la primera prospección de la cueva hasta 1876.
Dos años después, visitó las exposiciones del Pabellón de Ciencias Antropológicas de la Exposición Universal de París y, en 1879, mientras excavaba acompañado de su hija María, ésta le comentó: "Papá, allí hay bueyes pintados". El reconoció que no se le habría ocurrido nunca mirar el techo de la cueva, pues lo que hacía era buscar en el suelo materiales líticos y restos de la presencia humana. Pero ante la visión de aquellos dibujos, los relacionó inmediatamente con los bellos objetos de arte mobiliario observados en la exposición parisina.
Datos publicados por el periódico El Mundo, el día 1/04/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario